Mi hija mayor me invita un lunes por la noche al cine. Está segura de que la película me gustará. Ella, que detesta hacer su cama, está al día de todas las novedades editoriales, cinematográficas, de locales gastronómicos, teatro, exposiciones…y sabe escoger con acierto en función de su acompañante. Pasamos un buen rato juntas viendo Un viaje de diez metros mientras ella comía palomitas y yo un puñado de congitos (mi perdición en una sala de cine). El film combina una vez más gastronomía y buenos sentimientos, ingredientes que me gustan y me reafirman en la creencia de que las comidas caseras nos van educando en muchos aspectos, no sólo gustativos.
No es impostura aunque mis hijos crean que tengo dotes teatrales: me encanta ir a comprar comida, disfruto en los mercados atiborrados de productos frescos y de conversaciones en torno a la elaboración de platos, y, por supuesto, me gusta cocinar para los míos. Intento mejorar pero sobre todo lo hago con cariño. Y esto al final se tiene que notar. Cuando el siniestro crítico gastronómico de la película Ratatouille se «desmonta» e incluso se enternece ante un plato del mismo nombre, te das cuenta cuánto poso dejan los platos de nuestra infancia. Hace años fui a cenar con mi marido a un restaurante de la Seu d’Urgell. En la carta de postres había uno titulado «recordando la infancia». Lo pedí por curiosidad. Y fue espectacular. Volví a una trona y a tomar naranja con plátano chafado y galleta María. Un verdadero retorno a la papilla de frutas que luego he probado brevemente cuando se la hacía a mis hijos para ver si estaba bien de acidez.
Volvamos a la película. En ella confluyen dos estilos de cocinar: uno más tradicional y otro más innovador y sofisticado; dos tipos de productos y culturas, la hindú y la francesa. Los grandes libros de cocina tienen también una presencia activa. Y es verdad que cada uno tiene sus esenciales. Mi libro de cocina de cabecera es 1080 recetas de cocina de Simone Ortega al que he incorporado más recientemente El arte de la cocina francesa de Julia Child y La comida de la familia de Ferran Adrià. Y las recetas que mejor nos salen son aquellas que hemos aprendido de primera mano (de una abuela, una madre, una amiga) y que hemos realizado un montón de veces. Así es como nacen los «clásicos» de cada familia, los platos estrella, los más demandados y que más gustan a todos.
La película nos muestra, una vez más, cómo la cocina acerca a las personas, cómo los descubrimientos de nuevos ingredientes, aromas y sabores, nos enriquecen y cómo en torno a una mesa se habla y ocurren cosas importantes. De forma sencilla o más elaborada, la comida de cada día en nuestras casas va dejando un poso en nuestra memoria y en nuestra forma de relacionarnos. Hoy mi marido nos deleitará con sus empanadillas, una incorporación relativamente cercana en el tiempo pero que está arraigando con fuerza en la familia.
Enlace relacionado: La cocinera del presidente
3 comentarios
Comments feed for this article
noviembre 21, 2014 a 13:33
Mey
Gracias, Loles y Yolanda por vuestros comentarios. Me alegra que estemos en la misma onda.
noviembre 15, 2014 a 20:26
Loles
Mey me encantan tus artículos, me siento tan identificada cuando los leo !! Como tu valoro la importancia de cuidar la comida con recetas innovadoras y a la vez fáciles, y nuestros hijos a medida que van creciendo valoran más que en casa se cuide lo que comemos. Y como disfrutamos toda la familia con las tertulias de sobremesa después de una buena comida.
noviembre 17, 2014 a 13:32
Yolanda Álvaro
Cuando recibo mail de WordPress, miro rápidamente si es del Hogar de Mey, me encanta abrirlo, y sé que me voy a encontrar con una lectura agradable y donde la mayoría de las veces me siento identificada.
Un viaje de diez metros es una de las películas pendientes que quiero ir a ver, y que también me recomendó mi buena amiga Lidia, me dijo te encantara, no te la puedes perder.
Yo no puedo decir que me haya apasionado desde siempre el tema cocina, ha ido entrando en mí poco a poco, pero a la vez con mucha intensidad. A veces bromeo y digo que en una de mis intervenciones me pusieron sangre de algún cocinero, pues en una de las bajas es donde empecé a cocinar y coger el gusto a la cocina, y ahora no puedo parar, me divierto pensando con que los puedo sorprender, gozo yendo a comprar los alimentos, y disfruto haciéndolos y el sumun es cuando veo la cara de felicidad de los míos comiendo lo que yo he preparado con tanto cariño.