«Llámame asocial», me decía Albert Lessan, en mi última visita a su programa en Onda Cero La Ciutat. «Pero si llego a casa y veo que voy a coincidir en la portería con un vecino, hago tiempo para que pase y no tener que forzar la conversación». Lo decía jocosamente pero muy en serio. Explicaba que no quería caer en excesivas confianzas con sus vecinos: «porque luego se te meten en casa y no hay quien los saque». Puede pasar. Yo, por el contrario, defendía que un buen vecino es un tesoro y así lo explico en mi libro ¡Socorro! Me independizo (mr). Y quizá lo es por su excepcionalidad.
Un buen vecino es aquel con quien estableces la suficiente confianza como para llamar a su puerta y pedir un poco de harina, un huevo o un limón. Pongamos que estamos a medio hacer un bizcocho y descubrimos que nos falta un ingrediente. Pues, mala suerte, rápida visita al súper para proseguir con la receta. Si tienes esa persona de confianza, apareces con tu delantal y solucionas el tema en un periquete. Este ejemplo tan mundano y cotidiano es sólo la muestra de un abanico de situaciones posibles que pueden darse.
Cuando nos mudamos de casa, añoré a Pepa. Vivía un par de pisos más arriba pero siempre que nos veíamos en la calle, en el ascensor o tendiendo la ropa surgía una agradable conversación. Podría ser mi madre -por edad- pero fue mi mejor vecina. Con ella intercambié recetas, anécdotas y meriendas familiares; su terraza fue el mejor espacio para el secado de los peluches de mis hijas. En nuestra vivienda actual, apareció el tesoro, el buen vecino, al que acudes en busca de un huevo pero también al que dejas tus llaves por si un día las olvidas; en quien delegas un recado e, incluso, a quien puedes recurrir a cualquier hora en caso de una urgencia. Todo esto ya lo he experimentado. Soy afortunada.
Cuando los vecinos envejecen paralelos, llegan a establecerse lazos afectivos intensos, y la desaparición de alguno de ellos vacía un poco tu hogar. Hay una regla de oro en las buenas relaciones vecinales que se basa en la contención y el respeto por la intimidad ajena. Un equilibrio espontáneo en las buenas relaciones y forzado e impostado con los otros vecinos. Uno acude cauto a reclamar una pieza de ropa caída al tender, y siente que se ha colado donde no le toca.
La vida diaria es mucho más fácil con un vecino amigo. Pero puede parecerse a una película de terror cuando el vecino se convierte en tu enemigo por múltiples e infinitos motivos, que muchas veces se escapan al entendimiento. El cine ha reflejado en más de una ocasión el horror de convivir con un vecino que se empeña en hacerte la vida imposible. Ojalá que disfrutéis de la cara dulce de esta moneda llamada vecino.
3 comentarios
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enero 30, 2012 a 10:35
albasantaularia
Coincido con Rossend en que fuera de Barcelona es más fácil… nosotros nos mudamos a Sant Cugat, hace ahora 8 años, y en nuestra comunidad tengo, no uno, sino varios «tesoros»… recuerdo el día que nos mudamos, llegamos a casa y encontré colgada de la puerta una bolsita con un detalle de una vecina (uno de los tesoros y hoy gran amiga) para mi hijo que iba a nacer… fue una agradabilísima bienvenida a la comunidad y el comienzo de unas amistades muy hermosas.
Besos, Alba
enero 29, 2012 a 22:43
Rossend
Tema interesante, este de los vecinos… Yo he vivido siempre en el mismo piso y he visto pasar los años a unos cuantos vecinos. ¡Y ellos a mí! Algunos incluso me cuentan aquello de “recuerdo cuando eras pequeño…” En mi bloque la mayoría son simpáticos, no he llegado a mucho como en tu caso, Mey, aunque es cierto lo que dice Bruna: con un poco de nuestra parte, podemos facilitar una mejor relación con los de arriba, abajo o al lado.
Mis padres, que viven en una casa en un pueblo, han trabado una relación vecinal más estrecha. Allí se conocen todos, se ayudan. Aquí, en la gran ciudad, a veces no conoces al que ha alquilado un piso y, a menudo, ni coincides con él.
Mi vecina de enfrente, a la que llamo presidenta, porque lo fue hace tres años y yo la sigo llamando así (le digo que los cargos presidenciales son como los de los políticos…que siempre conservan el título), es la que quizás responde más al perfil que comentas. Ella y su marido son de mi edad, y sintonizamos bastante. Y le llegué a guardar las llaves para una obra… Lástima que la “presidencia” sea rotativa, le digo a menudo, ¡yo la votaría siempre! Y ella sonríe.
enero 29, 2012 a 19:58
bruna
Gracias Mey! Una muy buena reflexión… y si, eres muy afortunada… pero seguro que algo has puesto de tu parte!
Besos!
bruna