En pocos días el calendario marcará oficialmente el inicio del otoño pero la realidad es que el verano se resiste a retirarse. Los 29 grados con un altísimo índice de humedad de la ciudad de Barcelona te derriten más que los 40 secos de Sevilla o de la meseta. El calor impregna nuestro cuerpo formando una película de transpiración que no desaparece con reiteradas duchas de agua fría. Es agobiante, sí, pero incluso así prefiero sobrevir acalorada e intentar que «circule» el aire con las ventanas abiertas que cerrar nuestra casa en plan búnker con una temperatura fresca de aire acondicionado.

El ver a mis amigas removerse en el sofá, tocándose el cuello de sus camisas con ganas de sacárselas y tirarlas por los aires; la llegada de mi marido después del trabajo con su americana y una cara de «si no pongo el aire, no resistiré ni un minuto más en pie» o la tierna imagen de nuestro pequeño recostado en el sofá como un perrito exhausto y sudando como un pollo me han conmovido. Me he armado de valor y he cogido el mando del aire acondicionado. Lo pongo a 26 grados y como mucho bajo un grado. Pero una vez en marcha no hay marcha atrás. Todos quieren más y más aire frío. Acabo arrullada con una manta, calada hasta los huesos y con resaca de garganta. Ese aire me va a matar pero si no lo encendemos caerán ellos.

No quiero parecer extraterrestre, pero ese aire que sale de los aparatos huele de otra manera. No me gusta y estoy convencida de que no puede ser bueno para nuestro organismo. Pronto dejaremos de hablar del tema por imperativos metereológicos y aparcaremos el debate hasta el verano que viene. Mientras sigue el calor os paso una facílisima receta que me pasa Javi Niño: lentejas con sandía. Mezclar las lentejas con dados de sandía que no suelten agua y añadir un poco de mostaza para darle un toque. Una buena alternativa para no coger el mando del aire acondicionado.

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